Maria de las Nieves de Braganza de Borbón (Kleinheubach,1852 - Viena, 1941)

Doña Blanca, l‘esposa de l’infant Alfons, el germà del pretendent carlí al tron d’Espanya Carles de Borbó que es feia dir Carlos VII.

Memòries “sobre nuestra campaña en Cataluña en 1872 y 1873 y en el centro en 1874.

Maria de las Nieves de Braganza de Borbón (Kleinheubach, Baviera, 5 d’agost de 1852 – Viena, 14 de febrer de 1941) ens relata les vivències de la batalla d’Alpens en les seves memòries. Doña Blanca, com l’anomenaven els seus (els carlins), era l’esposa de l’infant Alfons, el germà del pretendent Carles de Borbó que es feia dir Carlos VII.

⇒ Vegem el relat de Doña Blanca sobre la batalla d’Alpens.

Doña Blanca, heroïna pels uns, fredament maligne pels altres, no va deixar indiferent a ningú. Fins i tot Benito Pérez Galdós (Episodios Nacionales: Quinta Serie. De Cartago a Sagunto) no se’n va poder estar de parlar-ne. I de quina manera!

 María de las Nieves  La batalla d’Alpens. Reproducció d’un quadre de notable pintor polonès Wojciech Kossak
 M. N. de Braganza de Borbón. Mis memorias. Espasa Calpe. vol. 1 c. XXX p. 264

“… El cuerpo chocó contra las piedras, y yacía exánime en medio del arroyo, cuando apareció en la calle abigarrada muchedumbre, a cuya cabeza venía una mujer a caballo, como amazona de circo, radiante de fatuidad, decidida y altanera. Era la tristemente famosa princesa doña María de las Nieves, esposa de Don Alfonso de Borbón. Los que la vieron venir pensaron que desviaría su caballo para no pisar el cuerpo expirante. Pero la terrible capitana de bandidos no se inmutó, y sin dar señales de ninguna emoción ante aquel espectáculo dejó que el animal pisotease a un honrado caballero moribundo. 

Siguió la cruel amazona su sangriento camino hacia la Correduría. Era de corta estatura, flaca, rubia, de azules ojos; su belleza, completamente apócrifa, consistía tan sólo en la marcialidad de su apostura y en su destreza hípica, cualidades de marimacho, no de mujer. En su rostro vi un mirar ceñudo y una rígida contracción de la boca que indicaban la sequedad del corazón confundida con la brutal soberbia. Llevaba una boina roja con borlón de oro, traje negro de montar, altas botas de charol, en la mano un latiguillo que le servía de bastón de mando, y en el cinto un revólver. Tras ella iba el marido, que sólo brillaba por su insignificancia junto a la marimandona”. (p. 669 XXIV-XXV)

Con la boina roja encasquetada, los cabellos rubios mal recogidos en un voluminoso moño, el cuerpecillo tieso, la mirada fría, el rostro avinagrado, condensando en sus duras facciones toda la energía de un alma dominadora y salvaje, aguardó la entrada del obispo“. (pàg. 673 XXVI)

“Chispazos del genio de Atila y del Tamerlán iluminaban el cerebro de aquella hembra temeraria y cruel, negación de su sexo. Desde el momento en que Cuenca cayó en poder de las honradas masas, la doña Nieves les permitió todas las brutalidades, crímenes, atropellos y vandálicas libertades que se han descrito, porque sabía que de este modo se captaba para siempre la voluntad y sumisión de aquellos forajidos. Consintiéndoles la saciedad de sus apetitos, les adiestraba para continuar peleando por ella y allanando los caminos por donde corría desenfrenada la feroz ambición del marimacho más genial que ha tenido España. […]

Dios vaya con ellos; la Virgen les acompañe… y que no vuelvan a parecer por acá. — ¡Desgraciado el pueblo en que caigan ahora esos serenísimos diablos! —exclamó Ido, elevando los ojos al techo y atizándose otra copa.” (pàg. 674-675 XXVII)